Nuestro pueblo

(Lilian Neuman)
   Esta narración avanza segura por los sórdidos, eternos y difíciles orígenes. Una historia de formación y destrucción situada en un pueblo costero mediterráneo sin nombre pero que se va definendo en sus líneas maestras y sus trazos menores. Y nos define hoy.

   De las muchas razones para recomendar la novela hay una primera, la mirada del narrador que ni omite ni perdona, ni se perdona. Y con esos ojos lleva a cabo un recorrido sentimental y social a esa primera juventud en donde los primeros amores -y el despertar sexual- se disparan en una época próspera, defectuosa, alevosa y distinta. En la página 13 el autor lo explica muy bien: “los dueños de los hoteles, de los restaurantes, de las barcas y de las botigas eran hijos de pescadores, y nada más. Antes eso era todo, y eso eran ellos. Y el turismo les llenó los bolsillos y los convirtió en lamedores de culos (…) Y se volvieron más opresores y rácanos que quienes durantes generaciones habían explotado a sus familias”.
  En este marco social -avanzados los años ochenta- abren los ojos unos chicos que, por ejemplo, contemplan boquiabiertos a la muchacha más hermosa del pueblo que tiene la mala idea de estar casada con el comandante en jefe de la Guardia Civil. Y la otra mala idea (la de ella, a solas) es soñar con el tipo más elegante (y arrogante) del lugar. Y que hará daño, un gran daño.
   Es verano, o son una sucesión de veranos, y allí están las hijas de los prósperos comerciantes maquilladas y luciendo el moreno en el paseo de la playa. Y los nuevos señores, y los listos, y los señoritos de Reus. Y también los traficantes, los intermediarios. Está el centro social pero, a pocos pasos, la periferia. “La periferia de la periferia (…) un semillero de paro y brumas grises”. De allí saldrán jóvenes directos a la perdición. Iris se prostituirá y morirá asesinada, por ejemplo.
   Pero nada viene de nada: en la generación anterior, en los setenta, a la madre del Bocachancla se la habrá tragado una vorágine de fiesta y heroína, pero antes habrá dejado a ese hijo, que criarán sus abuelos lo más buenamente posible. Pero el Bocachancla -le bautizan así por la boca torcida- le tentarán los colombianos, el tráfico menor y no tanto. Al fin nadie o casi nadie asistirá a su entierro. La muerte del Bocachancla y otro misterios es lo que se investiga en este libro.
Jordi Ledesma. Foto ANA PORTNOY
   Para hacer justicia (en ese mundo en que justamente no la hay) Jordi Ledesma (Tarragona, 1979), autor de Narcolepsia (Alrevés, 2012) y El diablo en cada esquina (Alrevés, 2015),
lleva a cabo una investigación mucho más ardua, exhaustiva e incómoda. Cabe preguntarse si es posible sobrevivir a una oleada de miseria moral. Si se puede elevar la cabeza por encima del nivel del mar, si tenemos, pues, ayer, hoy, mañana, en este pueblo grande en el que vivimos y leemos los diarios, alguna clase de salvación. 

Lo que nos queda de la muerte
Jordi Ledesma
Alrevés
188 páginas
16 Euros




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